7 de julio de 2014

Diario de una metamorfosis

Todo empezó con una estúpida pero enorme caída. 
Parecía como cualquier otro tropiezo en la vida, pero el suelo se abrió ante mi y comencé a caer.
Nunca me he sentido como en ese momento, todo era oscuro, aun más oscuro que con los ojos cerrados, y aunque caía no sentía nada, estaba suspendido en el tiempo y el espacio, atrapado en ese momento, cayendo para siempre.
La desesperación reina ahí abajo, te acaba consumiendo por completo.
Comienzas a ver cómo todo lo que habías construido se derrumba, que estaba hecho de cristal, que se rompe cuando gritas y arañas la nada intentando escalar en vano. 
Ese lugar es algo que se me escapa de los dedos, que no supe manejar en absoluto, por eso he estado tanto tiempo allí dentro, corrompiéndome, ennegreciendo todo lo que soy.
Puedes llegar a sentir cómo cada parte de tu mente es devorada y sustituida por esa materia oscura.
Creía que no saldría de aquello.
Y entonces apareció la luz, mi mundo ya no estaba, pero había un sitio a donde ir, donde podía sentirme seguro, donde podía recomponerme.
Y ahí he estado hasta ahora, completando todas las fases de esta metamorfosis.
Ha sido muy duro.
En algunos momentos estuve tan débil que la oscuridad que me rodeaba consiguió entrar en ese espacio que ahora era mi refugio. 
Y no puedo permitir que eso se corrompa, porque me ha salvado la vida.
Estoy en la última fase antes de llegar al cambio, la fase más difícil.
Pero tengo algo que antes no tenía.
Tengo el valor para salir de ese cascarón y brillar por mi mismo, iluminar todo y hacerlo mío, mi nuevo mundo, mi nuevo yo.
Merezco ser feliz, ser como siempre he querido.