18 de septiembre de 2013

Donde la mente encuentra al alma

Me he dado cuenta de que soy increíblemente fuerte.
Hay mucha gente pasando por cosas horribles, cosas que destrozan la mente humana, que te vuelven alguien vacío, que pesan tanto que acaban pudiendo contigo.
Y a mucha de esa gente se les escapa la vida entre los dedos.
Rendirse ante uno mismo es el punto final de todo, como mirarte a los ojos y confesarte que no eres tan fuerte, que no puedes más, que abandonas.
Nisiquiera las cosas que dejas atrás pueden traer de vuelta lo que ya has entregado a la nada.
Ese punto es el que marca la cuenta atrás hacia el momento en el que un simple y sencillo impulso te lleve consigo.
Somos frágiles.
Pero yo sigo aquí, y no me permito pasar ese punto, no voy a entregarme al vacío, no quiero perder, no quiero tener que mirarme a los ojos cuando mi cuerpo ya no me pertenezca y pensar en todas y cada una de las cosas por las que debería haber sido más fuerte, incluso aunque no pudiese serlo.
Hay algo dentro de mí que me empuja a seguir hacia delante, que me da fuerza suficiente cuando de verdad lo necesito, que en los momentos críticos parece querer salir de mi y ser quien tome las decisiones.
Y creo que sé qué es.
Soy yo.



Necrosis

Parece que la enfermedad avanza cada día más, consumiéndome, ennegreciendo mi piel y quemando mis órganos.
Me siento corrosivo, ahora soy el portador de algo que nadie desea, la gente me rehúye, ahora reniegan de mí.
 Y cada vez que yo mismo me dejo caer por puro agotamiento siento cómo se inyecta en mí esa sustancia en descomposición, ese ácido que me recorre por dentro, que me deja cicatrices de las que no voy a poder recuperarme.
 Tengo la sensación de haberlo ido alimentando con el paso del tiempo, concentrando la dosis hasta hacerla parecer puro fuego líquido.
Estoy tan desgastado que no puedo sostenerme en pie, y es justo cuando me arrodillo, como suplicándole a algo omnipotente que me salve, cuando el gotero se pone en marcha y me recuerda que no hay nada que pueda impedir la venida de mi propia autodestrucción.
Y sigo sin saber qué hacer.
Me está comiendo y no sé qué hacer. 




5 de septiembre de 2013

Cosas no dichas

Un día como otro cualquiera enciendes tu cabeza para seguir pensando en todo lo que te preocupa, y te das cuenta de que incluso eso te resulta difícil. Que todo puede prender si le aplicas la chispa adecuada. Que tu cabeza a pájaros ahora es una bandada incontrolable de cosas que no comprendes del todo bien. Que en algún lugar del camino te perdiste y ahora no sabes donde te encuentras. Que la única manera de avanzar es cerrando los ojos e imaginando que todo va bien, que sigues caminando por donde deberías.
Es como resquebrajarse, sientes que te cuarteas y que comienzas a desprenderte de ti mismo, cayendo al suelo, derrumbándote.
Quiero luchar, quiero ser feliz, estar bien, estar como siempre he estado, dejar de temblar, dejar de darle vueltas a todo, solucionar lo que sea que tenga que solucionar, encontrar motivos, metas, superarme, superarlo.
Ojalá pudiese gritar tan fuerte como mis pulmones me permitan, echarlo todo, que mi eco me deje oír todo lo que se desvanece en la nada, sentir que ese peso desaparece.
Es tan difícil enfrentarse a uno mismo.
Y todo sigue en mi cabeza, y yo intentando comprenderlo, intentando comprenderme.